lunes, julio 26, 2010

Comenzar a creer

Yo a los 29 y no queriendo contar las rayas que faltan para los treinta, veo un mundo que se desordena de toda la lógica en la que creía creer. Me da lata decirlo, pero hoy soy un alma que quiere buscar algo más en la vida y no cansarse en encontrarlo, pero al igual como mucho de los más míos, con una modorra terrible para comenzar.

En una de esas estoy madurando y pasando del descrédito al entender que las cosas que uno quiere deben partir de uno, y no de las vueltas de la ruleta que las puedan traer, por esas cosas del destino. A todo esto, las ruletas ni nada asociado a un casino son lo mío. Estoy destinado cual Cristo a la Cruz, a romperme el lomo a latigazos el resto de mis días, porque premios no ganaré. Esa es una certeza.

Por cierto. Voy a comenzar a pensar y a crear, que escomo caminar y mascar chicle, pero creo que lo puedo lograr. En una de esas los sorprendo cuando algún día los llame para contarles lo que ahora estoy pensando que puede ser una buena idea, trabajada, muy trabajada, pero buena al fin.

Comienzo a creer que es posible en la posibilidad de creer en que puedo comenzar.

domingo, noviembre 11, 2007

¿Qué hay más allá de las invitaciones al silencio?

Más allá del “incidente” y del exceso verborreico del mandatario venezolano; más allá de la salida de madre del sandinista nicaragüense contra mi presidenta, luego del “Sr. Ortega, sus tres minutos…”; más allá del impasse de Kirchner y Tabaré Vásquez por la papelera; más allá de los goles de Evo; más allá del enojo de su majestad y de las exigencias de respeto, y siempre respeto, de Rodríguez Zapatero la XVIII Cumbre Iberoamericana realizada en nuestro país estuvo productiva y no solo en el show mediático ofrecido por los asistentes.
No se extrañe de las declaraciones. Los mandatarios son personajes siempre extraños. Mezcla de diplomacia, carisma, ideologías, discursos, currículums de diversa índole, problemáticas internas bajo distintos prismas, amistades, enemistades e índices de popularidad siempre inestables, nuestros mandatarios, nuestros líderes iberoamericanos del siglo XXI mantienen, al menos, la sana costumbre del diálogo para aunar posiciones, o para juntarse una vez al año y hacer declaraciones de principios, al menos.
No se puede esperar que luego de estos encuentros surjan cambios trascendentales para la región. Casi todos los países, a excepción del bloque de influencia chavista (Venezuela, Bolivia y Ecuador), están mirando el ombligo propio y muy de reojo al vecindario. Chile mismo es un ejemplo. Nos vanagloriamos de nuestro desarrollo logrado a base de acuerdos, una economía abiertísima y una protección del sistema, pero sabemos bien que ese logro tiene poco que ver con el desarrollo de Latinoamérica. De hecho, nuestros inversionistas extranjeros son, en gran número, españoles, estadounidenses, australianos, coreanos, japoneses, alemanes, franceses y, en escaso número, brasileños.
Si miramos la Cumbre como tal, veremos que la hojita firmada esta vez, el Acuerdo de Santiago, habla de trabajar unidos hacia una “cohesión social”. Sin embargo, de tanto en tanto vemos rasgos de maltrato hacia dignos ciudadanos latinoamericanos en los aeropuertos y otros sectores de nuestra madre patria (hace rato que no escribía esas palabras), y replicamos estas actitudes con nuestros propios inmigrantes colombianos, peruanos y bolivianos que han llegado a nuestras tierras a buscar mejores horizontes. Así puede pasar con los paraguayos y bolivianos en Argentina, con los ecuatorianos en Estados Unidos, con los nicaragüenses en El Salvador, y varios etcéteras más.
La perspectiva se nos pierde entre el ruido de las declaraciones cruzadas que hablan de respeto. Pero este respeto no se traduce en acciones que beneficien a los habitantes del bloque. Si bien no es problema chileno, uno de los puntos de acuerdo es avanzar para construir alcantarillados en la región. Como el ejemplo utilizado, Latinoamérica está atrasada en muchos puntos. No es raro que entre democracias corruptas, dictaduras matarifes, una tendencia grande a redactar en papel y después borrar con el codo, de hacer veinte mil leyes, de vender barato nuestras tierras, árboles y ríos, y después nacionalizar las empresas, en perder nuestra cultura y matar por propiedad a nuestros indios, se nos han ido cien años en los cuales el desarrollo de los pueblos ha sido a goteras.
Recién comenzamos el siglo XXI y comenzamos a hablar de cohesión social. Sería consecuente, entonces, que como país nos miráramos un rato más el ombligo y veamos que pasa con esta cohesión social en nuestro país y, antes de declarar ante los vecinos que la vivienda está ordenada, luchemos, todos juntos, por más una sociedad más justa, más acortada en sus brechas, menos subvencionadota y más propensa al desarrollo de las personas, un Chile mejor donde la persona es el centro y donde creemos que el desarrollo, el progreso y las cifras azules del balance económico, van acompañadas de una sonrisa en los rostros que quienes dan su vida por un mañana mejor. Suena a utopía, pero el resto: las cumbres, los discursos y las peleas, son puras palabras y discursos que siempre parten de las buenas intenciones, más allá de los ruidos, los enojos entre vecinos, y las duras invitaciones al silencio.